EL CUADRO
Tengo en mi casa un cuadro inquietante. Es un retrato de medio cuerpo con las manos cruzadas delicadamente sobre el pecho. Se intuye en él a una mujer de la corte pintada con todo lujo de detalles: anillo de oro en el dedo índice derecho, vestido de terciopelo cobalto y mangas de seda blanca. Dos perlas penden de sus orejas y un collar que se ajusta a su esbelto cuello. He inventado cientos de historias sobre la mujer sin rostro que habita en él. Y odio profundamente este objeto generador de ideas cuestionables e imposibles. A veces siento que sale del cuadro y me sopla la nuca mientras duermo y que me toca la mano y me canta una nana. Por eso no puedo tirarlo.
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