¿ Sabéis cómo es capaz de entrar el ratoncito Pérez en las casas? Pues en MODO MAGIA
Os presento este relato que lo cuenta y la Ilustración de Alex Femenías, ¡magnífica! Espero que os guste.
Azeta.
Moca.
Tenemos por costumbre cenar a las ocho y media, después nos lavamos los dientes, leemos un cuento y a dormir. Mi hermana pequeña, la Moca, siempre pide el de Blancanieves. Y mi madre se lo ha leído una media de cinco veces a la semana desde que la cambiaron a esta habitación. No lo aguanto más. Esta noche, si viene el ratoncito Pérez, sólo deseo que el cuento de Blancanieves desaparezca para siempre. Ya me he encargado de escribirle una nota bien grande en la pared.
La Moca es cinco años menor que yo. Ha empezado el cole en septiembre, es graciosa y lleva coletas con lacitos de colores. Todo el mundo la quiere coger y besar en cuanto la ven. Me espanta tanta cursilería. La llamo la Moca porque es peor que una mosca cojonera siempre fastidiándome mientras juego a los agentes secretos de Playmobil; o destrozando mis construcciones de Lego, porque es tan pequeña que no sabe montarlas y se agobia, y me las destroza; o rompiendo mis figuras de jumping que, para los que no lo sepan, es una plastilina que se solidifica en dos horas. Bueno, pues lo dicho, yo a mi hermana cuando se pone en plan plasta no la soporto. Sé que está mal, pero me enfada mucho, mucho y una fuerza maléfica me obliga a agarrarla de las coletas y tirarla de culo. Pero eso lo hago cuando no está mi madre delante. Y luego lo niego. Pero no sirve para nada porque mi madre sólo cree a Moca. Y yo me siento mal.
Una tarde de cabreo le dije: “¡Déjame en paz, mosca cojonera de mierda!”. Ella se empezó a reír. Sí. Allí, en mi cara. Y repitió despacito: “Mo-ca, soy Moca”. Desde entonces, claro está, es Moca.
Los dos dormimos en la misma habitación, en una litera de color azul marino. Yo arriba y ella en la cama de abajo. A veces siento que duermo solo porque no la veo. Sin embargo, si me despierto y no la escucho respirar o moverse, me pongo muy nervioso y asomo la cabeza para ver si sigue allí. ¿Y dónde se va a marchar? Si es una miedosa que sólo piensa en el Hombre de la Sombra Negra.
La situación ha mejorado mucho. Antes, cuando era un bebé, lloraba por la noche cada tres horas y mamá tenía que darle el pecho y me despertaba muchas veces. Ahora se toma un vaso de leche con Nesquik calentito, hace un pis, escucha el cuento de Blancanieves y se queda dormida del tirón. Todos dicen que es muy rica y cariñosa. Y sí lo es, aunque me enfade a veces con ella.
Hoy se me ha caído el tercer diente, el incisivo superior izquierdo. Mi madre lo ha colocado en una bolsita de tela y lo ha dejado debajo de la almohada. Me ha dado un beso y me ha dicho que si pensaba fuerte un deseo, le llegaría la onda al Ratoncito Pérez y se cumpliría.
—Ah… Vale. Gracias —sonrío alegre mientras me arropa.
—¡Venga, a dormir!
—Buenas noches, mamita guapa —y le lanzo un beso.
—Buenas noches, pequeños. Os quiero mucho.
Espero un ratito, dos o tres minutos, desde que mi madre cierra la puerta.
—Moca, ¿estás dormida ya?No contesta. Afirmativo. Iniciando la misión.
—¡Porras, me he dormido!
Gorleño me está mirando expectante.
—Bueno, ¿a dónde vamos a ir hoy? —me pregunta.
—Ya sabes que lo que más me apetece es conocer al Ratoncito Pérez.
—Eso es imposible.
—Siempre me dices lo mismo. ¿Y tú qué opinas, Unicornio morado?
—Pues que no es posible porque ahora está trabajando repartiendo dinero a todos los niños del mundo que se les han caído los dientes hoy. Y cuando alguien está trabajando no se le puede molestar.
—¿Y cómo sabe el ratoncito qué quieres de regalo?
—No lo sabe. Por eso te deja dinero para que tus padres te lo compren.
—Pues a Mateo le trajo un super rayo láser de cagarse.
—No digas esas cosas —le regaña Astillo, su compañero de aventuras: el gorleño.
—Vale. Nada de palabrotas.
—Eso es.
—Pero, ¿y qué pasa en las casas donde hay gatos? Siempre dicen que los gatos se comen a los ratones.
—A éste no —puntualiza Unicornio. A Pérez no porque tiene un espray paralizante que los neutraliza y si no lo consiguiera, tiene un botón en la barriga que si lo pulsa fuerte y dice alto la palabra “magia”, se hace transparente. A veces sucede que cuando tiene claro que en esas casas va a haber gatos complicados, directamente entra en modo magia.
—Ah… ¿Y alguna vez algún niño le ha pillado?
—Que yo sepa no. Es muy hábil
—¿Y cómo va de un sitio a otro?
—Pues se teletransporta. Se mete en un anillo sideral de energía luz.
—¿Cómo, cómo? Eso sí que mola.
—Sí, bueno, esto es un poco difícil de explicar a un niño de ocho años. Básicamente es un principio eléctrico muy sencillo. En el origen de las especies parece ser que todos teníamos ese poder. El arma más poderosa es la mente. Pérez es muy disciplinado y está dotado de tecnología casi, diría yo, que extraterrestre. Pero vamos, para que lo comprendas, es un héroe que se teletransporta mediante un poder mental.
—Jo… ¡qué pasada! Y yo soy Azeta, soy un superhéroe, te recuerdo. Y soy capaz de descubrir cosas asombrosas. Y mi superpoder es la imaginación.
—Pero de Pérez mejor olvídate. Es una criatura que existe en el limbo de la magia. Es un ser inalcanzable.
—Además, aunque lo vieras, ¿cómo podrías hablar con él?, ¿acaso sabes el idioma de los ratones? —le pregunta Astillo.
—No sé… No sé… Ah… pues entonces… Maldita sea… Veo que no ve vais a ayudar esta vez. No pasa nada, colegas, ya lo conseguiré por mi cuenta. Todavía quedan en esta boca muchos dientes.
Entonces, los tres bajan la mirada y permanecen un ratito en silencio.
—Pues se nos va a pasar la noche y no vamos a hacer nada más que hablar del Pérez éste. Venga, amigos —arranca Unicornio—, ¿qué os apetece hacer hoy? ¿Vamos a la isla de los Piratas o visitamos Mundo Loco o vemos a las Monas Bailongas o a los payasos sin pelucas o a los dinohuevos, o algún minijuego?
Durante un rato se mantienen a la espera de la decisión infantil.
—Nuevo plan: Esta noche quiero viajar dentro de una serie de dibujos animados.
—¿Doraimon? —pregunta el árbol abriendo un poco el tronco y simulando que saca un invento de un imaginario bolsillo. El gato cósmico.
—Ah, ah, ah, tú siempre ganas… Doraimon —canta Unicornio.
—No, hoy quiero ir al Asombroso mundo de Gambol. Es que es la serie preferida de Mateo. Y cuando le cuente mañana que he estado allí con Jake el perro y Phin el Humano va a flipar.
Alerta roja, alerta roja, alerta roja… Me despierto. Doy la luz. ¡Ah… Qué fuerte! El detector de presencia se ha activado cuando mi hermana ha abierto la puerta para ir al baño a mear —le cuesta lo del control nocturno—. Tengo el corazón a mil. Pensaba que había pillado al Ratoncito Pérez. Meto la mano debajo de la almohada. Busco. El diente ya no está. Miro en la estantería rosa de tonterías de mi hermana. El libro de Blancanieves tampoco está. Soy el niño más feliz del universo. Miro a Unicornio y Gorleño. Me guiñan el ojo y sonríen. Y escucho una vocecita pequeña y aguda en mi oído derecho, acompañada de una leve presión de patitas en el hombro. Es Pérez, está en modo magia y me dice: “¡Adiós, Superhéroe!”
Me llevo la mano corriendo al hombro para cogerle. ¡Uy, qué rabia! A este no le cazo. A ver el próximo diente… Cada vez estoy más cerca de ti, señor Pérez.
La Moca apaga la luz y se mete en la cama. Todavía son las cinco de la madrugada y me queda un rato hasta las ocho y veinte. Cierro los ojos. Estoy deseando volver a soñar.
La ilustración pertece a Alex Femenías. Más información en:
https://www.facebook.com/666bloody666