Las cartas nunca mienten

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Género: Relato
Rating: Todos los públicos

Este relato es propiedad de Paloma Muñoz. La ilustración es propiedad de Olga Ruiz. Quedan reservados todos los derechos de autor.

Las cartas nunca mienten.

Lo que dice el título de esta nueva historia es cierto.

Puedo prometerlo y lo prometo.

Hace mucho tiempo una vidente  me dijo que encontraría a un hombre bueno y amable, trabajador y cariñoso con el que formaría una estupenda pareja.

Esto no ocurrió en una galaxia lejana sino en una visita que hice con una antigua compañera de trabajo a una vidente de cartas de tarot. También me desveló que pasta, lo que se dice pasta, no iba a tener nunca. Que viviría más o menos holgadamente pero sin engrosar las filas de los grandes rentistas y tipos con dinero de este gran país llamado España.

Me dijo algunas cosas más, y recuerdo que le comenté a mi compañera que una vez, una gitana  en el  Parque del Oeste de Madrid me paró e insistió en leerme las rayas de la mano.

Yo acepté no muy divertida, pero sí algo curiosa.

Me dijo prácticamente lo mismo aunque añadiendo que mi “hombre” sería rubio y guapo.

Bueno, pues aquí estoy un montón de años después recordando esas anécdotas.

Pero lo más curioso es que yo siempre he tenido interés por la lectura de las cartas del tarot.

Mi abuela materna poseía una antigua baraja de cartas envuelta en un pañuelo de seda.

No quiso regalármelas. Era un poco tacaña y desconfiada.

A mi abuelo no le hacía mucha gracia hablar de ese tema y siempre decía que eso eran gilipolleces de supersticiosos ignorantes.

Total que cuando comencé a trabajar me compré una baraja del tarot de Marsella que es el más conocido o usado por los iniciados.

Y no se me dio mal. Tanto es así que me dijeron y aconsejaron que me dedicara a la lectura de cartas en mi casa o poniendo un puesto en el Estanque del Retiro.

En mi casa recibí a algunas personas. Después de casarme recibí a otras pero algún tiempo después me cansé y mandé a las cartas al carajo.

Bueno, no exactamente.

Aún conservo la cajita de madera labrada en la que  envuelvo  la baraja en un pañuelo de seda.

Hace mucho que ni las saco, ni las miro, ni las leo.

A veces recuerdo aquellos años y me parece divertido e incluso osado porque  daba en el clavo con los aciertos y, por no meterme mucho en camisa de once varas,  no profundizaba demasiado en los asuntos que el interesado me preguntaba.

Supongo que se trataba de una regla de oro del quiromante o quiromántico que es el nombre común.

Conocía las reglas generales de la quiromancia y hasta donde podía llegar.

Había distintas formas de echar las cartas sobre la mesa en un tapete de seda con la orientación adecuada y el ambiente preparado para una lectura tranquila, sosegada y sin interrupciones externas.

Ilustración de Olga Ruiz

Una vez le eché las cartas a un chico que quería salir conmigo. Coincidíamos  en una biblioteca cercana a mi domicilio. Era muy agradable y guapete.

Se llamaba Oscar.

Siempre recordaré su expresión cuando le dije que veía un problema importante tirando a grave en su familia y que estaba relacionado con alguien de la misma.

Le dije que veía preocupación, ansiedad, nerviosismo.

No quería asustar al muchacho pero veía algo malo, muy malo.

Después de aquello no volví a coincidir con  Oscar hasta después de unos cuantos meses, entonces me contó que su madre había fallecido de cáncer.

Me quedé helada y me asusté un poco. Además, me comentó lo de aquella sesión de tarot en la que le dije lo del  problema importante de alguien de su familia.

Me confesó que su madre ya estaba haciéndose pruebas en los días de nuestras quedadas en la biblioteca.

Francamente, no supe que contestarle.

Anécdotas de  mi época de quiromántica tengo algunas más pero  hace ya mucho tiempo de eso.

Tal vez algún día me anime y vuelva a recuperar aquel curioso e intrigante espacio de las cartas de tarot como puro entretenimiento.

No me gustaría dar una imagen frívola de las cartas y de los echadores de cartas, ni tampoco de aquellos que se acercan para que  adivines su futuro.

Hay algo misterioso  en el rito y certero en las predicciones porque las cartas nunca mienten.

Paloma Muñoz
Madrid, 2 de mayo de 2019


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